Presentar La vida a plazos de don Jacobo Lerner de Isaac Goldemberg tiene la misma dificultad de aproximarse a los iconos familiares cuya pluralidad de sentidos hemos concedido, pero nunca podemos conciliar del todo. Es como aproximarse a un signo muy escrito pero cuyas implicancias siempre están en fuga. Dibujamos todos los días una equis, por ejemplo, para diferenciar, tachar, destacar, pero la mera materialidad del signo queda por fuera de sus usos, como un exceso siempre disponible, pero más allá de cualquier uso. ¿Qué hace a una equis tan útil? Como el versículo de una escritura muy antigua podemos reconocer la identidad cultural judía de La vida a plazos de don Jacobo Lerner y las diferencias que favorecen una posición estética única en el testimonio de la génesis y el auge y la adversidad de los judíos en el Perú de inicios del siglo XX, y su progresiva consolidación social, y la exigencia que sobre ellos ejerce el Estado Peruano para igualarse culturalmente a cambio de la plenitud de la ciudadanía.
Pero fuera de eso, sigue quedando un argumento que, no por conmovedor, deja de propender a la extrañeza, a lo excesivo como irreductible y nunca comprendido y de muchos usos, igual de interrogante que una equis cualquiera: Jacobo Lerner escindido de su Rusia natal, escindido de su hermano Moisés y de su familia, escindido en el Perú de la comunidad judía limeña, escindido del microcosmos provinciano del pueblo de Chepén (donde concibe a Efraín, su único hijo), escindido también de permitirse amar mujeres peruanas, escindido además de la salud de los cuerdos y de la salud de la vida. Su mejor lazo con la condición judía no por abstracto es menos característico, pero igual de peculiarmente singular: la fidelidad a la ley, que no es estrictamente rabínica. Es la observancia de ciertas prácticas del alma judía que entrañan la ley y que para Jacobo son la continuidad de un proyecto personal judío perfectamente coherente desde que lo aceptó en la Rusia de su infancia hasta el último momento de su vida. ¿Cuál es el detalle de la ley de Jacobo Lerner? ¿Cuál es la distinción de esa "alma judía"? ¿Es ella condición de esa imposibilidad de explicarnos la novela del todo, de no poder circunscribirla únicamente a algunas constante estéticas e identitarias?
- La lógica del mundo
Viene a lugar plantearse la distinción judía en la literatura moderna, en la literatura de Kafka, que para Gershom Scholem era constatar que la escritura de la ley había prescrito y, por ello, toda lógica del mundo, toda unidad de la representación que debiera arrojar una cadena de símbolos se había vuelto absurda (el absurdo kafkiano). Giorgio Agambem, hace menos de una década, se permitió corregirlo. La ley no ha dejado de producirse, explicó; ahora se produce y se reproduce en cada esquina, en cada milímetro por mas irrelevante que sea de la vida social. Cualquier objeto moderno tiene normas alrededor para que las obedezcamos (para que lo obedezcamos). Una mesa servida nos obliga a modales, una escritura, que hace doscientos años desconocíamos. Todos los otros nos escriben la ley como un círculo de tiza encantada. Vivimos hechizados por la ley y eso, dice Agamben, es lo absurdo kafkiano. La vida a plazos de Jacobo Lerner escribe, junto con la extraña resistencia de un judío en el Perú en un judaísmo solitario, por escindido de principio de la comunidad, las páginas de un periódico de la comunidad, engrilletada por tipografía, por titulares y requisitorias. La vida del libro, como en la lectura de Kafka que hace Agamben, está sitiada por la escritura. Y en esa escritura la línea mas socorrida, más repetida es la invocación de la comunidad judía a sus miembros: “Naturalicémonos peruanos” . El diario se llama el “Alma Hebrea”. Esta es la ley escrita por el alma hebrea que se multiplica, es el hechizo de la reproducción de la ley, pero que, como la multiplicación de la ley kafkiana, tiene propensión al absurdo por exceso, tiene la ductilidad de la equis o de la antigua escritura para ser, en su uso, muchas leyes, muchos usos sobrepuestos en parte, pero también internamente contradictorios que, por múltiples, capturan cualquier razón, y las muelen unos sobre otros para solo resultar posible la pura superficie de la ley, letra por letra legitima y veraz, pero separada del servicio de los hombres, que reclama más bien que los hombres le sirvan a pesar de que arruine sus vidas.
¿Qué manda la escritura de la ley peruana en La vida a plazos de don Jacobo Lerner? Para Chepén y los chepenanos, esa tierra donde Jacobo instala temporalmente sus comercios y amar a la joven Virginia, ser peruano es ser centralmente, aunque no completamente, católico. El orden social es el de un cura y los rezos, y la doble moral de la familia de comerciantes Wilson y, en ese deber, es, en lo fundamental, antisemita y oscurantista. Quizás no lo hubiera sido en los años 10 o en el siglo XIX, pero existe otra escritura que traza sus propias leyes en el Perú del siglo XX que es su reingeniería conservadora, particularmente hegemónica desde los años 30, y que suscribe como espontáneo y natural un país de mayorías católicas con propensión al misticismo de masas enfervorizadas por la fe. Eso no fue así siempre, pero en La vida a plazos, perspicazmente, se escribe como el temperamento social de provincias entre fines de los años 20 y comienzos de los 30 y en eso es casi detalladamente etnográfico. La ley peruana, por su parte, para la comunidad judía en Lima es una peculiar interpelación (no una respuesta o una apuesta decidida) por el éxito comercial y de los negocios y el ejercicio de una vida con propensión al consumismo y al cosmopolitismo. La comunidad invoca la peruanidad, la nueva patria, en sus publicaciones y legajos en tanto ella permite y posibilita ese modo de vida: el de acumulación no problemática de patrimonio y de éxito social. Jacobo, a su vez, escribe su peruanidad de otra forma: es la persistencia en un ideal de pertenencia a una comunidad con sólidos vínculos religiosos y culturales como promotora del éxito social, que no identifica en la comunidad judía de Lima, y cuyas señas solo reconoce en su propia voluntad de triunfar. Desde luego, estas no son apropiaciones de leyes del alma que funcionen en toda circunstancia de la novela, pero cuando nos encontramos frente situaciones de carácter decisivo, cuando se golpea, se muere o se mata, donde se invoca, adosa decisiones; los personajes se adosan con una consistencia kafkiana, absurda, pero irremisible, a perseverar en la escrituras de sus almas, como si fueran el dictado todopoderoso de una deidad burocrática, una que encuentra en sus reglas no solo una manera de decidir el pensamiento, y lo que se dice y no se dice, sino de pautar el carácter, de hacer vivir una dinámica social particular y sus normas. Los imperativos morales sirven por igual para justificar el creciente antisemitismo de los chepenanos ante sí mismos, el exclusivismo de la comunidad judía en Lima y su frivolidad, y el radical aislamiento de Jacobo en el camino hacia la muerte.
Desde luego, patrimonio no es patria. Y la normatividad de la escrituras de la ley moral de cada personaje, de Jacobo, de su hermano Moisés, exitoso líder la comunidad judía en Lima, de Virginia Wilson de Chepén, la mujer que da a luz al único hijo de Jacobo, no garantizan ninguna permanencia, ninguna señal de duración fuera de sí misma. La ley puede ser la roca estable, puede ser la danza de las máscaras del autoengaño, pero la contingencia humana es imprevisible y no hay ley satisfactoria. Ni acumular dinero ni testar dinero compromete a Jacobo con el éxito que persigue como judío en el Perú, ni le da patria el éxito, ni lo afinca más o menos a algo precariamente humano seguir fiel a su ley. Pero lo mismo sirve para los católicos de Chepén que, embebidos en la propia lectura de su versión de la escritura de la ley, ven en su interacción con los judíos viajeros y comerciantes de la costa del Perú un ciclo de maldiciones bíblicas. La patria como patrimonio es una promesa de muchas escrituras de la ley que mueve a personajes de La vida a plazos de don Jacobo Lerner, genera morales para vivir a plazos, es decir, por etapas, el más perfecto acatamiento de las leyes que los personajes se dictan a sí mismos, pero la ley muere en la ley, y muere también quien la sigue, pero el frenesí del mundo y de la vida quedan en otra parte.
- LA poesía
La vida y el mundo, entiendo, también se escriben en La vida a plazos, pero no es la ley, menos la gramática, la forma favorita de la ley de la escritura y del lenguaje normativo. Porque cuando la vida y el mundo se escriben para no decir la ley solo le queda un poderoso impulso desestructurador, una potencia para el desorden, el trastrocamiento y la imposibilidad de hacer sentido porque la vida y el mundo no formulan sentidos sino invitan a crearlos. La escritura de la vida, frente a la de la ley, no ofrece símbolos, sino se ofrece a sí misma para pensar símbolos, si es que afirmamos un lenguaje anterior al que domestica, al que normaliza. Ese lenguaje de la vida también aparece en La vida a plazos de don Jacobo Lerner. Es el lenguaje de los sueños de Jacobo, que no es lineal, sino yuxtapuesto, collage y no orden, fragmentario y ex centrado, y no jerárquico y unitario. Es lo mismo que el lenguaje de la poesía. Libera y opera con todo aquello que la ley engrilleta. Incluso cuando más propensos nos sentimos a pensar en los monólogos del pequeño Efraín como una remisión a la más desoladora locura, a leer sus devaneos con las arañas como esa araña vallejiana que tipifica judicialmente el símbolo del pecado original, el efecto liberador de los significados a la deriva escriben la sugerencia de una relación menos normativa, mas anormal y ,por lo tanto, más auténticamente viva que la dispuesta por la ley escrita y sus superficies inhumanas.
Por ello afirmo que la escritura de La vida a plazos de don Jacobo Lerner siempre es excesiva, siempre queda fuera y por fuera del signo, de la ley que queremos atribuirle. Algo se desarma mientras sus personajes tratan de escribir con sus vidas la conformidad con la ley y eso que excede y queda fuera genera su permanente capacidad para inquietar nuestra lectura, por otra parte, bien disciplinada. Y eso que excede la escritura ha seguido circulando ahora ya por cuarenta años y nos enseña sin disciplinar, y nos muestra sin moralizar, que la literatura más valiosa vive del brillo del exceso, de incomodar, de salirse de los goznes, al margen de la ley, longeva y celebrada por inesperada y, no obstante, indispensable para pensar la posibilidad de una vida inherentemente dislocada, nunca antes escrita.