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Asamblea portátil. Muestrario de narradores iberoamericanos. Salvador Luis (ed.)

Publicado: 2010-07-13

La colección que presenta el escritor y promotor cultural Salvador Luis, administrador de la prestigiosa web los noveles.net es, con seguridad, un aporte único en lo que compete al ámbito que cubre: América latina y España, la narrativa breve actual, la edición en el ámbito peruano. Una muestra de artistas de tanto alcance, cuya vitalidad radica en su presente y, con toda seguridad, en su futuro, no es un acontecimiento de la vida doméstica. Debido a la solvencia del compilador en el conocimiento de las nuevas voces literarias, que su portal ha exhibido, Asamblea portátil (Lima: Casatomada, 2009) llega a manos de los lectores limeños aureolada de la confiabilidad de un texto meditado y plural, que recoge aportes disimiles pero siempre valiosos de la novísima producción literaria.

Son veinticinco escritores menores de treinta y cinco años: Samuel Solleiro, Rodrigo Fuentes, Solange Rodríguez, Juan Sebastián Cárdenas, Mónica Belevan, Juan Ramírez Biedermann, Jorge Enrique Lage, Fernanda Trías, Miguel Antonio Chávez, Rodrigo Hasbún, Federico Falco, Mayra Luna, Diego Trelles Paz, Lara Moreno, Rodrigo Blanco Calderón, Katya Adaui, Diego Zúñiga, Leonardo Cabrera, Elvira Navarro, Maximiliano Matayoshi, Gabriel Rimachi, Mauricio Salvador, Claudia Apablaza, Samanta Schweblin y Michel Encinosa. El criterio de selección está implícito en el subtítulo del libro: es un inventario de las muchas tendencias características en la actualidad de una lengua literaria siempre en renovación. No pretende ser una antología de los mejores cuentos de una promoción, aunque, desde luego, mucho de ellos pueden gozar de este estatus por las notables cotas de expresividad que consiguen. Salvador Luis también es autor del prólogo de la colección, “Una caja-maleta (o el eclecticismo)” que, sin prescindir del rigor académico, consigue la claridad que caracteriza a un buen artículo de divulgación. En esta presentación, se señala que en la producción literaria emergente destaca tanto la herencia técnica del Boom, de la narrativa breve norteamericana, de algunos autores e hitos simbólicos del Posboom y de sus antologías emblemáticas (McOndo, por ejemplo). También integra a los saberes de los nuevos narradores la cultura popular globalizada, que incluye la asimilación de atmósferas, argumentos y maneras del cine hollywoodense, las series de televisión de cable, las caricaturas de DC y Marvel, los ánimes japoneses y la novela gráfica. El montaje de imágenes y sonidos bajo el principio de la mera consonancia, el llamado sampling que efectúan los djs de las discotecas, es, para Luis, la mejor imagen para el gesto formal común a tamaña variedad de voces narrativas. Así, no solo se consiguen efectos expresivos (el relato integrado por fragmentos de discursos e imágenes), sino que desterritorializa a los relatos: los nuevos escritores no apelan a literaturas nacionales; son ciudadanos del mundo. Estas características se aprecian con transparencia en los cuentos que acumula a continuación, conjunto extenso por la apreciable necesidad de presentar el corpus más amplio que muestre los asertos y la mirada integradora de la compilación en todos ellos.

“Gran tiburón blanco” de Samuel Solleiro (España) refiere el triángulo amoroso entre un maduro profesor francés, su juvenil alumna de post-grado (quien narra) y Pablo, el traductor nativo que guía a la pareja por una isla paradisíaca. Se trata de escudriñar la debacle sentimental de dos intelectuales de costumbres liberales que han caído en garras de la rutina. Bajo esta lógica, el adulterio de la muchacha con el guía solo configura la dimensión tangible de un problema que hunde sus raíces en el agotamiento de la experiencia sentimental civilizada frente a la sed de nuevas emociones que movilizada a la juventud. Para la narradora el amor es insuficiente, la experiencia transgresora de emparejarse con un hombre mayor también; finalmente, la aventura irresistible es el goce de las fuerzas más recónditas de un primitivismo sexual auspiciado por el ambiente de la isla. La historia recupera el gusto por el poder transformador de las fuerzas irracionales que irrumpen en parejas burguesas tan caro a Cortázar, pero en el cuento esta aparición carece de poder salvífico y liberador, y menos ofrece facultades para despertar la conciencia sobre la propia miseria. El sexo bestial es una pulsión fatídica que atrapa al cazador de nuevas sensaciones sin ninguna moraleja. Es el gran tiburón blanco que, refiere Pablo, merodea la isla.

“Linchamiento” de Rodrigo Fuentes (Guatemala) exhibe un pequeño cuadro de violencia rural desde la perspectiva de dos hermanas maduras y el hijo de una de ellas. Presenta las descripciones más clásicas de la antología, en el sentido estricto del término. Se despliegan, en oraciones largas, imágenes panorámicas precisas, impresión de movimiento de multitudes al mejor estilo de la novela realista decimonónica. No obstante, la sugerencia del peligro para el trío de protagonistas indefensos parece inconsistente o acaso inconclusa.

“Taxidermia” de Solange Rodríguez (Ecuador), antes que relato, es un conjunto de microrelatos, algunos en secuencia, cuya sucesión ofrece una mirada en abismo sobre la disección del cuerpo femenino, ya sea con fines legales, criminales, lúdicos o sicopatológicos. Es una eficaz sugerencia sobre la cosificación de la anatomía humana en tiempos de la razón instrumental y sus delirios, que adopta como medio expresivo la técnica de las “cajas chinas”, es decir, de los discursos sutilmente conectados y de múltiples registros (monólogo, correspondencia, recorte periodístico, etcétera); es una observación detallada de una forma de inhumanidad, no obstante cierto abuso del gore.

“Criatura” de Juan Sebastián Cárdenas (Colombia) se presenta como el monólogo de un misántropo, cuya relación con el mundo es el filtro límpido de una cámara fotográfica. La monomanía lo conduce a cenar con su madre tomándole fotos y a proyectar su soledad sobre mascotas a las que fotografía. No obstante la creciente y bien lograda sensación de alienación que consigue el desarrollo del cuento, su conclusión se presenta como un anticlímax involuntario, acaso buscando una imagen sintética de la personalidad del protagonista, que no se consigue del todo.

“Prólogo hipotético a la reedición de los cuentos de Felisberto Hernández en Ultramar” de Mónica Beleván (Perú) es una imitación del falso prólogo borgeano que advierte, por si fuera necesario, su condición de fábula, de presentación fingida con fines del comentario que dialoga y replica con el género del prólogo. Lamentablemente, la precisión de la prosa no alcanza la agudeza en genio del modelo literario prestigioso al que se apela. Incluso puede postularse que su título incluye la advertencia de que se trata de una primera parte a fin de eludir el juicio sobre su visible incompletitud.

“Los pasares” de Juan Ramírez (Paraguay) es el retrato de don Eligio Morel, cuya senectud transcurre desvergonzada en un barrio criollo marginal, en el que la exhibición de su decadencia forma parte de la vida cotidiana. Se trata de una llamada de atención sobre el inadvertido abandono en que viven los ancianos entre los escombros de un modo de vida asesinado por la metrópolis moderna: el barrio de antaño, que ha devenido en tugurio. Más que la peripecia, en este relato es de interés la atmósfera melancólica de una agonía que no se menciona jamás, pero que se intuye, y se erige como el mejor logro estético del cuento.

“El color de la sangre diluida” de Jorge Enrique Lagen (Cuba) es una fantasía de espadachines tarantinianos, protagonizada por adolescentes aventureros cuya mirada rediseña la Habana como una ciudad de serie B. En ella, el narrador protagonista preside un comando de jóvenes guerreros contemporáneos, dotados de una Hatori Hanzo, una espada implacable de la mitología creada por el director de cine norteamericano. Empleándola, asaltan una casona en la que se suceden duelos con arma blanca y a puño limpio con veloces karatecas para alcanzar la habitación central donde reside un enigmático Poeta, el líder de los matones. Aunque la alcanzan, se verán enfrentados por una nueva carga de bien pertrechados malhechores, a los que asesinan en una segunda secuencia de combate, que replica en clave menor la desaforada pelea de Uma Thurman contra The Crazy 88’s en Kill Bill vol. I, película emblemática de Tarantino. No se trata, ciertamente, del mero exhibicionismo de la acción, sino, como en ese filme, de hacer énfasis en la condición de la ficción como fantasía dirigida a través de la sobreexposición de sus materiales. En el caso de la película de Tarantino, la sangre de los combatientes mutilados destaca la gracia de un efecto visual; en la historia, los combates al estilo Tarantino subrayan la condición ficticia del texto artístico. Con un rival denominado el Poeta, la pelea se torna metáfora de un tipo de declaración sobre el quehacer escritural, decididamente más acorde con la sensibilidad pop que con los cánones habituales de la solemnidad poética. Así incluso en la aparición del ideal femenino como contraparte y reposo de los duelos acrobáticos se manifiesta el mundo de la cultura de masas: las damas idealizadas son estrellas de Hollywood como Cristina Ricci. Locura ligera, pero a la vez declaratoria de principios, es el texto más cercano a un manifiesto en la compilación.

“Carnaval” de Fernanda Trías (Uruguay) es una crónica doméstica del fracaso de un matrimonio desde la voz de su principal perjudicada: se trata de la hija preadolescente, a punto de comprender las tragedias del mundo adulto, pero aún enfrascada en los afectos y correrías infantiles. No es extraño, por tanto, que la partida del padre sea vista como una salida cualquiera, donde la despedida de este, acompañada del permiso para transgredir una norma básica de la vida en casa (no usar dentro las máscaras de carnaval) resuma, en su aparente intranscendencia, la ruptura de la pareja. Es un valioso ejercicio chejoviano que acaso coquetea demasiado con la intrascendencia.

”Aventuras de un grupo de becarios en una universidad norteamericana” de Miguel Antonio Chávez (Ecuador) es una anécdota con despiste sobre cuál es la universidad norteamericana a la que alude el título: aquella a la que Anelius Borda, el protagonista, es invitado en su delirante condición de escritor latinoamericano escasamente leído, o el círculo de enfermos con tenia solitaria que convoca su anciano padre, también portador del parásito anélido, en la puerta de su casa. El cuento deja claro que tan depredadores son los beneficiarios de la pensión gratuita como las solitarias insertadas en los estómagos humanos, no obstante sus anfitriones parezcan entusiastas desquiciados por la alegría de padecerlas. Se trata de una metáfora crítica sobre el modo en que los latinoamericanos gozan del estipendio que les ofrecen los centros académicos de Estados Unidos en función de sus políticas de acción afirmativa para estudiantes y artistas del Tercer Mundo, pero en clave cómica; se trata de sanguijuelas que succionan la sangre de quienes insensatamente los benefician. No obstante, esta imagen funciona si se supone la complicidad del lector con la clave que ofrece el título, que no resulta para todos obligatoria o necesaria.

“Familia” de Rodrigo Hasbún (Bolivia) es un cuento a dos voces que retrata, desde las perspectivas del padre y la hija, la turbulenta y laberíntica vida callejera de la ciudad de México. Así, la voz del padre consigue uno de los retratos más detallados y, al mismo tiempo, ágiles de una avenida metropolitana en el rush hour del D.F, cuando se desmaya una mujer y provoca el desasosiego de los múltiples protagonistas del tráfico urbano. El padre se aleja presuroso de la escena para encontrarse con su hija, quien ha abandonado el hogar y vive entre artistas callejeros. El ruego paterno para que regrese al seno de la familia decente no tiene acogida y la atmósfera del monólogo del padre agobiado se cierra con una grisura que se corresponde con su perspectiva desoladora de la vida en la ciudad moderna. La voz de la hija, a continuación, se entromete para revelándonos su reciente embarazo, que ha ocultado a su padre, del pulso vital y del floreciente arte de las calles; revela que ella era la mujer desmayada que no supo reconocer su padre y que ese acontecimiento era una puesta en escena de la performance callejera que ejecutaba con su novio. Muchos son los sentidos que fluyen de esta alegoría generacional sobre el espanto y el encanto que significa una vida en una megápolis.

“Cortar el césped” de Federico Falco (Argentina) es una metáfora de la dominación y el aislamiento de una clase dirigente irreductible en clave infantil. Su protagonista, Mario, es un niño acostumbrado a la rutina de placeres mínimos que garantiza la completa atención de la familia al niño burgués. Contado desde su punto de vista, el relato elude sutilmente la crítica social abierta y coloca en primer plano el anecdotario de un niño caprichoso. Finalmente cuando sus padres buscan encausarlo hacia el trabajo en la actividad inofensiva de cortar el césped consigue subemplear al hijo de la doméstica de la casa y se encierra, resplandeciente de felicidad, en la más reciente versión del solipsismo moderno: el placer de no hacer nada en su cuarto.

“Un cuerpo como el suyo (seminovela)” de Mayra Luna (México) incluye dos relatos que se mezclan devorándose: el resumen de una novela hipotética y la reflexión sobre sus mecanismos narrativos y sus motivaciones personales y políticas. Aunque el antecedente borgeano es evidente, la reflexión se configura como una la historia de una chica que sólo mantiene una relación estable, pero intrascendente, con su televisor, que tiene por amor de la vida a un homosexual que no le corresponde y con el que nunca ha hablado, y la intervención de la voz narrativa que confronta su personaje como mero objeto del discurso, remite directamente a las líneas centrales del pensamiento posestructuralista. Cuento de ideas, pero no por eso menos de ingenio o arte, revisa la paradoja del individuo moderno, que grita su originalidad y su naturaleza cambiante, pero que se mantiene ligado a los modelos poco originales e invariables de la sociedad de consumo (a través de la caja boba). También es una mirada en abismo a la relación entre lector y personaje, que busca afirmar que todo lenguaje es un discurso ideológico, un lazarillo para ciegos, como la voz narrativa lo es para el personaje que esta crea.

“¿Cómo se encuentra hoy, Madame Arnoux?” de Diego Trelles (Perú) construye su anécdota sobre la dialéctica compleja entre migrante y nativo en la Europa contemporánea. El Chato, aspirante a escritor, y su amigo Ramón festejan la vida a la sombra de la libertina Madame Arnoux, mujer separada, cincuentona y dueña de un bar. Que tenga por apellido el mismo que el famoso personaje de Flaubert no es casual: la musa parisina de La educación sentimental es el sumun de cierta bohemia intelectual de la Francia decimonónica. Por contraste, la mujer que solivianta al Chato, testigo de su historia, es una libertina desprejuiciada, de muchas juventudes, de mentalidad globalizada, que sirve de personificación contemporánea de la ansiedad sexual y aventurera que inspira Francia al escritor novicio. No obstante, el aprendizaje del joven artista, en este caso, no involucrará a los sentimientos, sino a la política: Madame Arnoux es una personificación nacional displicente frente al migrante árabe, que personifica Aziz, el sirviente de la matrona, un libanés por el que esta experimenta cambiantes humores, que van desde la indiferencia hasta la intolerancia. Fábula que explora los vínculos entre la metrópoli presuntamente desprejuiciada y sus huéspedes, captura en su propia voz el espíritu ambivalente de algunos cuentos de viajeros de Roberto Bolaño.

“Amarillo” de Lara Moreno (España) es un cuento de suspense sobre niños de aficiones macabras, en la línea de los relatos de tensión psicológica de James y Cortázar. Refiere la iniciación de Sofía, vecina recién llegada, en los juegos emprendidos por Jacobo y Víctor, viejos inquilinos de un barrio suburbano. Víctor es el narrador, testigo de la meticulosidad de Jacobo para divertirse en clasificaciones fantasiosas y pasatiempos aparentemente inofensivos. Sin embargo, conforme se desarrolla la historia, estos se tiñen de una atmósfera turbia, casi luctuosa. El cuento enfrenta el reto de acrecentar su intensidad y el mecanismo de tensión con insinuaciones cada vez más siniestras en un género, el suspense, en que casi todos los trucos han sido experimentados. A pesar de ello, el relato consigue un remate que, no por esperable, resulta menos estremecedor. Vuelta de tuerca sobre el vínculo de la patología infantil y el crimen, se lee como el mejor relato de género del libro.

“Los invencibles” de Rodrigo Blanco (Venezuela) es un cuento de “detective salvaje” declarado, es decir, relato de escritor expatriado con mirada atenta a instantes que combinan el patetismo sublime y la parquedad al modo de Roberto Bolaño, a quien el autor cita en el epígrafe. Se trata de una nueva y bien modulada crónica de la vida literaria del D.F., desde los ojos de un exiliado venezolano ya mayor, que apadrina a una gavilla de jóvenes bohemios, ebrios e insensatamente confiados en el porvenir; a ellos alude el título. Esta historia es una aproximación a la vida rebelde y caprichosa de Camilo, el más entusiasta de los jóvenes que el narrador prohíja en sus desbandes cotidianos. Es inevitable, en esta atmósfera de literatura y vida callejera, la mirada nostálgica del viejo escritor hacia su propio pasado, evocado por el idealismo bohemio de su efebo, que simbólicamente pasa a convertirse en su doble o réplica mejorada. Por ello mismo, no es de extrañar que la cercanía de ambos personajes motive los celos de la novia del más joven; del encuentro con el espejo al enamoramiento de la propia imagen hay solo un paso y , en efecto, la latencia homosexual es una realidad jamás desmentida por el relato, sobre todo por la manifiesta impotencia de Camilo. A contrapelo, o justo por ello, el relato se centra en el coito en la vía pública que el chico logra culminar con su enamorada en una plaza en hora punta, en un D.F. repentina e increíblemente desierto. Tal acontecimiento inverosímil, de trivialidad exasperante frente a la vida del muchacho ( orientada intencionalmente hacia el goce de lo literariamente excepcional), se modula a través de una ceñida retórica que hace de aquel instante una especie de “hoyo negro”, una situación inquietante, que neutraliza las interpretaciones convencionales y lo vuelven, incluso, fuente de pánico y radical confrontación.

“Algo se perdió” de Katya Adaui (Perú) es otro relato sobre la peripecia entre generaciones al interior de la familia. En este avatar, madre e hija deben compartir la natación matutina en una piscina semiolímpica; la menor lo hace por afición y la mayor por prescripción médica. Las rutinas de la mutua compañía en el agua se vuelven, a la luz de la incomunicación patente, señales y metáforas de diversas perspectivas de la vida y mutuo disimulo de las discrepancias que distancian a ambas mujeres. El hecho de conocer la historia desde la mirada de la hija contemplativa no parcializa en absoluto el punto de vista del relato, puesto que ella está dotada de un singular pesimismo sobre sus propios logros, lo que nos ofrece una perspectiva nada complaciente consigo misma.

“La chica de los árboles” de Diego Zúñiga (Chile)” es un relato melancólico sobre el tópico de la pareja de enamorados universitarios, en la que el idilio se construye y se transforma sobre la base de la Literatura. Se trata, sin duda, del relato amoroso de la antología. Privado intencionalmente de erotismo, se edifica sobre la imagen estereotípica de “chico encuentra chica” con el fondo de una biblioteca universitaria. Así, el aspirante a escritor se enamora de una chica que lee libros sobre árboles y a la que, por contraste, introduce en la lectura literaria. Luego, la historia de su romance será la del eterno retorno a la escena básica: la pareja inclinada sobre un libro, cuya materia provoca acuerdos, pleitos, y en un caso u otro, sensibles alteraciones en el gusto literario del joven escritor. El logro más resaltante de aquí es desplazar un tópico tan manido como el del idilio universitario a una metáfora de la influencia literaria, de los ciclos del amor, de sus laberintos, que son los de una biblioteca, y también el duelo por la pérdida del ser amado. Por ello, no encontrar a la amada leyendo se experimenta sensiblemente como si fuera su muerte.

“Historia de familia” de Leonardo Cabrera (Uruguay) se funda en la lógica de espejos y dobles, en la mejor tradición de relato fantástico argentino. Una vez más, la acción se contempla desde la mirada de un adulto que refiere un episodio de su niñez, y desde la credulidad de su asombro se cuenta el regreso de su tío Ernesto al seno de la familia, quien desapareció muchos años atrás, cuando cayó de un bote en altamar. Personaje enigmático, Ernesto se convierte en una realidad permanente y opaca a toda comprensión, no obstante la familia busca someterlo a las leyes de la su cotidianidad. Específicamente, desarrolla una tensión explícita con su hermano, el padre del narrador, cuyos orígenes se ignoran, pero resultan sentimentalmente patentes para el clan completo. Que se trata de un regreso con desquite solo se descubre cuando ambos hermanos viajan a la costa y vuelve a navegar juntos, en un paseo en lancha que evoca y duplica aquella ocasión en la que desapareció Ernesto.

“Cabeza de huevo” de Elvira Navarro es un relato sobre los peligros de la adolescencia intrascendente moderna. Narra la exploración que dos jovencitas emprenden de su propia sexualidad, a través de llamadas telefónicas en las que buscan excitar, hasta el delirio, a sus anónimos interlocutores. Se trata de un juego que las impulsa a citarse personalmente con su víctima favorita, quien resulta ser un gordo ciego, calvo y pringoso. Tentando sus propios límites sobre lo prohibido y permitido, llegarán a someter al invidente a una sesión improvisada de sadomasoquismo en el departamento de este, y lo abandonarán sin satisfacerlo, contentas con las potencias que les brinda su sexualidad. Así, el despertar sexual en una era de fetiches predecibles (las llamadas obscenas, la impudicia juvenil sin atenuantes, el porno como escena de señal abierta) se enfoca aquí como el goce femenino por un poder que se ejerce a voluntad, pero sin consecuencias, suerte de frívola vagina dentada.

“Peperoncino” de Maximiliano Matayoshi (Argentina) constituye otro ritual de encuentro/desencuentro entre padre e hijo. Narrador en primera persona, el protagonista es un joven meticuloso, aficionado a la cocina, que se dedicar a preparar el almuerzo que periódicamente (ceremonialmente) comparte con una padre del que está desvinculado en el campo de los afectos. El anciano, además de distante, padece de una deficiencia sensorial que le impide distinguir los matices de los sabores. Esta clarísima metáfora de la incomunicación (el buen cocinero y el mal comensal) es hábilmente diluida y luego convenientemente exaltada por las estrategias expresivas del narrador, que interpone en el desarrollo de las sicologías datos precisos sobre la actividad del cocinero, la vida doméstica en su infancia y su vida social presente, que lo apartan del padre. En este contexto, el peperoncino ofrecido por el hijo y su sabor fuerte e ineludible constituyen así una fuente de iluminación para ambos personajes y un puente, al menos en el ámbito de la mesa, para comunicarse.

“La muerte no tiene permiso” de Gabriel Rimachi (Perú) es un monólogo de un empleado de una empresa que, por indeterminada, tiene algo de kafkiana. El conflicto se gesta por la política de reducción de personal que afecta tanto al protagonista como a su amigo Julio, que requiere indefectiblemente del sueldo para la aplicación inacabable de un tratamiento de diálisis renal. En una maniobra que conjuga la buena conciencia capitalista con el absurdo de la burocracia, el jefe de ambos coloca en el protagonista la decisión de quién se va ese mes: Julio o él. Feroz comentario sobre el individualismo exacerbado por el capitalismo, que vuelve al hombre lobo del hombre en una economía de supervivencia, existe también cierta conciencia sobre una naturaleza humana fundamentalmente egoísta en sus capas más profundas, que emerge inevitablemente en situaciones críticas.

“El hombre elástico” de Mauricio Salvador (México) es otra crónica de infancia en la que el narrador se ve a sí mismo de cinco años. El relato se mueve, impávido, ante un niño hiperactivo, demasiado consciente, travieso y con tendencia a prolongados períodos de introspección, que combate a diario con una hermana mayor, demasiado sensata; un abuelo gruñón de la vieja escuela; y una madre sola que busca, al parecer, conseguir nueva pareja. El momento clave del cuento consiste en el encuentro de su protagonista con el muñeco del hombre elástico, su héroe favorito, en las vitrinas de un centro comercial. Antes de que pueda reaccionar, aparece a su lado un anciano orate y pordiosero que reclama ser un auténtico hombre elástico, un contorsionista retirado de circo, que se empeña en hacer una demostración de su habilidad frente al chico. La familia que lo había perdido de vista se encuentra con esta escena y el pretendiente de la madre muele a golpes al loco, sin el menor miramiento, asumiéndolo como amenaza. La clara analogía entre hombre elástico, ex contorsionista loco y el niño señalado por todos como extraño y fuera de sus cabales cierra con un acento estremecedor el encierro del pequeño infante en el cuarto de baño. Conciso bildungsroman sobre la segregación del diferente, proyecta sus alcances sobre el presente de la misma voz narrativa.

“Sor Juana y Pierre Bordieau” de Claudia Apablaza (Chile) cuenta el encuentro imposible y humorístico de la religiosa mexicana y el historiador francés en un café de Santiago De Chile, cuya asunto gira sobre las angustias de la monja respecto de los narradores jóvenes chilenos, a los que acusa de antologarse entre ellos y se citan mutuamente como si fueran grandes autores. Bordieau, interpretando tal preocupación como histeria, parecieran preferir el sexo con Sor Juana y una lectura mucha menos personal del fenómeno, que él entiende como parte de discursos institucionales, que finalmente prescindirán de las personas mismas. Globalizados, ambos autores intercambian elucubraciones por correo electrónico, debaten, difieren y se enemistan, al punto de silenciar mutuamente sus nombres en aquellos ámbitos donde son influyentes. La consecuencia de la mutua obliteración es reproducir la ansiedad antes criticada a los jóvenes narradores chilenos. Ironía sobre la moral, la actividad intelectual y el sentido de la crítica, permite entrever un cinismo de fantasía sobre el funcionamiento de las redes sociales de artistas e intelectuales.

”Matar un perro” de Samanta Schweblin (Argentina) refiere el rito de paso al que se somete un desempleado para ingresar a una organización de sicarios: un perro callejero, de un callejón cualquiera, es empleado a modo de víctima sobre la cual ejercer distintas modalidades de crueldad: desde el apaleamiento hasta el fondeado en el puerto. La historia entraña la metáfora de una burocracia absurda, al estilo de algunos relatos de Cortázar. No obstante algo de maniqueísmo caricaturesco rodea tanto al iniciador como el que pretende ser iniciado.

”La guillotina” de Michel Encinosa (Cuba) es un relato de un cinismo cruel, pero sin énfasis, que recuerda alguno de los relatos de Fante y Bukoswki. El narrador protagonista vive detallada y desgarradamente el duelo por una amante muerta, y la ambición de publicar un poemario monotemático sobre ella, sin ningún objetivo, lo lleva a una imprenta carente de cualquier encanto, donde conviven el rudo impresor y una pelirroja lolita que salta semidesnuda durante casi todo el relato. En este escenario, la guillotina cortapapeles no sólo limará los bordes del futuro poemario, sino también los miembros de más de un personaje de este trío carente de valores, que asume la traición y el delito menos como una pasión que como un acto reflejo. Quizás la retórica del duelo por la amante resulte de innecesaria floritura, pero el error se compensa con creces por la intensidad de la silenciosa peripecia sicológica que trasuntan las acciones violentas y repentinas.

Luego de revisar las historias de Asamblea portátil, se tiene una impresión semejante a la que ofrece Salvador Luis en su prólogo, pero no idéntica. Como señala Luis, las deudas con el Boom siguen siendo notables: la tradición formal del fantástico argentino se ramifica tanto en relatos fantásticos como realistas; el suspense y el relato de género asoman invariablemente; el discurso metaficcional, usualmente vinculado a una escritura de formación académica, tampoco está ausente. No obstante, provoca relativizar la influencia del Posboom, sobre todo porque en América, un continente pobre, jamás tuvo ediciones que alcanzaran durante los años noventa –el periodo formativo de todo estos escritores- el tiraje, la difusión y la penetración que alcanzó la generación de Cortázar, Vargas Llosa y García Márquez; a decir verdad, el Posboom sigue siendo relativamente inaccesible en la extensión del continente americano. Del mismo modo, Macondo, Crack y Noscilla han sido declaraciones de principio de impacto poco sustancial fuera del medio académico, la prensa cultural o el círculo de los enterados usuales. Más bien, el consumo masivo y la cultura popular norteamericana merecen una atención mejor y mayor en el conjunto de escritores de Asamblea portátil. Conviene recordar que el mismo Boom literario, debido a la crisis económica latinoamericana de los 80 y 90, solo se pudo conocer por ediciones populares y masivas, que suponían un público parejo al de los periódicos o al cómic. Errada o no, esta suposición de lectoría permitió que literatura de calidad, inaccesible por sus altos costos en ediciones regulares, formaran el acervo cultural de las juventudes letradas, en pareja proporción con las series de televisión, el cineclub y la historieta. El homenaje permanente al cine norteamericano de género y sus parodias (sobre todo Tarantino) testimonian en la antología de Salvador Luis la primacía de las formas masivas de difusión del arte, antes que las más selectas y caras. El mp3 y la distribución gratuita de información por internet debieron acelerar este proceso a inicios del año 2000. El influjo de Roberto Bolaño, por otra parte, y la predominancia del tema de la crisis familiar en Iberoamérica (Solleiro, Cárdenas, Trías, Chávez, Hasbún, Falco, Adaui, Cabrera, Matayoshi y Salvador, fundamentalmente) son temas que merecen mucha mayor atención que la puedan recibir en este espacio y animan a discutir la tesis sobre la variedad temática de nuestra literatura (sobre todo si se tiene en cuenta que también la crisis familiar es un asunto central en dos figuras mayores de la narrativa que aparece hoy: Junot Díaz y Daniel Alarcón). Naturalmente, como corpus de textos, cabe afirmar que es el más valioso sobre la literatura nueva en nuestra lengua publicado hasta hoy en Lima y deja muchos nombres del mayor interés. La mirada atenta con los libros de Solleiro, Lagen, Hasbún, Navarro, Matayoshi o Encinosa que aparezcan en la librería más próxima.


Escrito por

Alexis Iparraguirre

Escritor y crítico literario


Publicado en

La vida en Marte

Opinión y crítica literaria