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Otros villanos (narrativa). Joe Montesinos Illescas (ed.)

Publicado: 2010-02-12

Otros villanos (narrativa) es una antología publicada por Pájaros en los cables editores (Lima, 2009) que reúne cuentos de doce narradores, los que tienen en común haber cursado la carrera de Literatura en la Universidad Nacional Federico Villarreal durante los años primeros de la escuela (la palabra "villanos" en el título alude lúdicamente al nombre de esa casa de estudios). El ejemplar no solo es llamativo por la muestra de los influjos e intereses de nuevos escritores en los quehaceres de la narración, sino por el perfil generacional de la selección misma. El libro reúne a autores de edades semejantes y formados en el mismo ambiente intelectual, antiguos estudiantes de un claustro signado por la impronta docente y artística del poeta Washington Delgado y del narrador Oswaldo Reynoso, catedráticos de esos años. Se trata, pues, de la primera publicación de una generación literaria stricto sensu en mucho tiempo en el ámbito local, aunque no se trate de un grupo literario ni de un colectivo con declaraciones y manifiestos. El vinculo genético se expresa de modo más auténtico en la comunión de soluciones narrativas: el cuento que concluye en imagen o metáfora antes que en el plano de los hechos; la depuración estilística cuya plenitud es la plenitud del relato; el interés de cuento a través de la belleza de la dicción, incluso a contrapelo de un argumento muchas veces minúsculo. Los narradores reunidos en Otros villanos son Carlos Enrique Saldivar, René Llatas Trejo, Antonio Taboada, Alessandra Tenorio, Víctor Ruiz Velazco, Luis Miguel Cangalaya Sevillano, Joe Montesinos Illescas (el antologador y esforzado impulsor del libro), Carlos Morales Falcón, Nadesha Rodríguez López, Jorge Luis Obando, Francisco Rojas Jara y Alberto Buendía Matamoros.

Ilustran ejemplarmente los desafíos y riesgos de concentrar las opciones escriturales mejor caracterizadas de la generación las historias “Estación de tren” de Antonio Taboada, “Los niños góticos” de Alessandra Tenorio y “Relatos” de Carlos Morales Falcón . Así, Taboada ofrece un relato en el que la perspectiva se mueve de un viandante a otro conforme estos entran en contacto, circunstancialmente, en una estación de tren. Aunque el cuento intenta la búsqueda de variedad en la personalidad llamativa detrás de cada mirada, la velocidad requerida para el cambio de punto de vista exige los mecanismos de una prosa más llamativos que la historia en sí; por ello, el lector experimenta, antes que un cuento, solo estrategias narrativas seriadas al modo de los ejercicio de estilo que plantea Perec. Por su parte, Tenorio, también poeta, prefiere las posibilidades de condensación semántica del microrrelato en la descripción del “niño gótico”, un tipo social y humano de la juventud contemporánea. No obstante, el empleo de recursos de dicción, que insertan la sugerencia de la prosa poética, oscurece la contundencia de un tipo de texto que encuentra en este efecto su misma razón de ser. A su vez, Carlos Falcón Morales ofrece dos retratos sutiles de seres disimiles: un enano, al que fastidia progresivamente una fisiología de caracol, y el inquieto Torito, entidad bestial perturbadoramente humana. El cuento emplea el estilo más consistente y cuidado de la antología, pero, aunque narración lograda, carece de conflicto y, en consecuencia, la ausencia de desenlace luce como imperfección: el cuento parece incompleto.

En cambio, “Constelaciones” de Joe Montesinos Illescas, “Remembranzas de un alma bulímica” de Nadesha Rodríguez López, “La sombra” de Francisco Rojas Jara y “Una anécdota” de Alberto Buendía Matamoros son narraciones que prefieren la confección de argumentos, aunque cultiven también en, distinto grados, la estilización como operación valiosa en sí misma. Por ello, son cuentos que apuestan por el equilibrio entre fábula atractiva y lenguaje en permanente sugerencia, experiencia en el que el menor desbalance se empantana en retórica inútil y/o conflicto descoyuntado. Así, “Constelaciones” de Montesino Illescas refiere la experiencia de un profesor rural húngaro de literatura reducido en la vejez al instante de la contemplación agónica del cielo. El relato explica su estado en función de un relato de amor desventurado en el que prima la sensibilidad por el paisaje forestal, el que engasta a la difunta esposa del profesor como uno de sus espíritus sutiles. No obstante, la construcción del vínculo entre los elementos mejores de la naturaleza romántica y la subjetividad del protagonista se efectúa en un lirismo tan valioso en sí que la anécdota luce como expresivamente disminuida, no por ausencia de recursos, sino por la superioridad poética de la descripción inicial. “Remembranzas de un alma bulímica”, por su parte, biografía en primera persona de una adolescente que cultiva el aislamiento de su entorno por medio de imágenes bellas y juicios absurdos, es una psicología delirante en mucho compatible con la patología del bulímico. Naturalmente, la originalidad expresiva de un lenguaje ad hoc para tal personalidad potencia la poesía en el relato, pero, sin el cuidado de hilar con él las claves del desenlace, la solución, como sucede en “Remembranzas”, carece de motivación. De otro lado, “La sombra” de Francisco Rojas Jara apunta al trazo de suspense mediante un nuevo avatar del dato escondido, ahora en el drama entre un hombre cualquiera y una mujer con la que despierta. Dado que el éxito de esta estrategia es el golpe de mano, la información esquilmada no solo completa la historia sino que compite en originalidad con las soluciones de otros autores y las que se imagina el lector. Rojas elige un lugar común en esta materia como secreto y por ello su descubrimiento no intensifica la serie de hechos y deviene en insatisfactorio. A su vez, “Una anécdota” de Alberto Buendía Matamoros, es un relato de diálogos puntuales y alusiones cultas, de creciente interés, entre un lector de Trotski y una anciana lectora de Somerset Maugham, coincidentes en la Plaza Washington de Lima. El buen pulso dramático así conseguido, no obstante, decae cuando se cambia un desenlace difícil pero basado en los caracteres por otro de efecto, que no le hace justicia al logro estético en el diseño de los personajes.

En Otros villanos, no obstante, los relatos mejor logrados son los que consiguen, a voluntad, depurar los efectos disolventes de la prosa poética, ahí cuando es necesario, y engarzar acto tras acto, ahí cuando el encaje verbal pareciera un estimulante vicio. “Den Lille Havfrue” de Víctor Ruiz Velazco, de modo casi insensible, desvía el policial sobre el cadáver de un muerto ilustre flotando en el Báltico a la sugerencia de los ciclos temporales donde concurren personajes reencarnados, a una insinuación sobre el retorno del mito de las sirenas y a un homenaje-réplica al relato “La sirenita”, memorable invención de Hans Christian Andersen. Cuento de misterio, en el que la respuesta pasa por admitir un orden fantástico subyacente al registro positivista de la vida diaria, encuentra ecos en la mejor prosa breve de García Márquez y en la erudición lúdica del Borges policial. Asimismo, “El cuchillo de oxidiana”, de Jorge Luis Obando, espiga su anécdota en la exploración fantástica; una joven arqueóloga es alienada por el universo mágico prehispánico cuando se obsesiona con un fetiche sagrado de ese tiempo, una hoja de sacrificios. El influjo de “La noche boca arriba” de Cortázar, evidente desde los primeros brillos del texto, va cediendo frente al vigor de los referentes culturales prehispánicos de Obando, y la organización de estos desde una poesía propia, de tal modo que la invasión del mundo antiguo adquiere un tono singular y autónomo. También, Luis Miguel Cangalaya Sevillano, en “Reminiscencias”, consigue un inusual equilibrio entre la sugerencia del lenguaje y la eficacia narrativa. Así, cifra el mito de la caverna platónico y los tránsitos del alma por las regiones supraterrenas en la catatonia que padece su protagonista, Arístides. El relato esquiva la grandilocuencia favorable a la referencia ilustre y, más bien, se adentra en la experiencia perceptual a modo de purga de la condición existencial en términos íntimos. En esta operación se aprovecha el estado alterado de conciencia de Arístides para conseguir el logro técnico mejor diseñado de la colección: que los cambios arbitrarios en la velocidad del relato resulten no solo verosímiles sino necesarios.

Mención aparte merecen dos relatos que acusan de modo explícito influjos disimiles con respecto del conjunto generacional. “El imposible encuentro” de René Llatas Trejos refiera la relación entre un protagonista sin nombre y Kala, una mujer apasionada y sentenciosa, que este sitúa en el centro de su aprendizaje sentimental. La deuda de Trejos con la Justine de Durrel resulta evidente y, al mismo tiempo, irresoluta, porque el narrador anuncia su breve anécdota como parte de una peripecia de novela aún no escrita; valorar su historia como cuento resulta, por tanto, inevitablemente equívoco. Por su parte, “El revivido” de Carlos Enrique Saldívar refiere el enésimo encuentro del Quijote de Cervantes con la cruel realidad, ahora en clave urbana y limeña. Semejante epifanía requiere de una explicación de orden aproximadamente científico, que se ofrece sin reparos en montaje paralelo al escape de don Quijote del manicomio que, temporalmente, lo detiene. El destino abierto del personaje, no obstante, no resuelve su conflicto y eso deja la acción en un inacabable pendiente. Ello, desde luego, no niega que el cuento sea el más hábil para desprenderse de pesados referentes literarios y asumirlos como temas al servicio de soluciones atentas a la sensibilidad contemporánea, la mayoría afines con la estética de la serie norteamericana, que proveen de agilidad y animación a la historia.

Libro de ajuste de cuentas con las primeras letras, partida de nacimiento de voces narrativas con nombres propios que se lanzan tras la realización en el arte, Otros villanos aporta honestos y esforzados testimonios de vocación literaria, pero también un ejemplo más de la brillante impronta magistral de Oswaldo Reynoso y el desaparecido Washington Delgado. La decisión de todos estos escritores por persistir en su oficio y publicar reunidos da fe también del espíritu artístico con que nació la Escuela de Literatura de la Universidad Nacional Federico Viillarreal, que fundaron Reynoso y Delgado. Casi todos los nuevos narradores de Otros villanos escucharon las clases de estos ancianos míticos y asistieron a sus talleres de creación artística. Esa circunstancia será dato a tener en cuenta si en el futuro cabe estudiar a una generación notable nacida a la vera de las lecciones de tan notables maestros. Pero, por sobre ello, conviene alegrarse, porque la lectura del conjunto, por sobre el inevitable desaliño de los ademanes preliminares, exhibe los certeros desempeños de Ruiz Velazco, Saldívar, Obando, Cangalalla y los destellos de otros más que, sin duda, persistirán en narrar con tanto o más empeño que en esta bienvenida muestra generacional.


Escrito por

Alexis Iparraguirre

Escritor y crítico literario


Publicado en

La vida en Marte

Opinión y crítica literaria