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Conjeturas para una tarde. Eduardo Varas

Publicado: 2009-12-31

Conjeturas para una tarde (Guayaquil: Banco Central de Ecuador, 2007) es un libro de cuentos con el que Eduardo Varas, ecuatoriano, se presenta como un narrador que explora novedades técnicas y estéticas en la tradición de los escritores del Boom Latinoamericano, en un ademán que ha sido sintomático también en Perú, entre narradores nuevos: el de aprovechar las lecciones de aquellos monstruos de las letras para comprobar su muy vigente seducción. Desde el título, el conjunto de cuentos denota la impronta borgesiana (conjetura), anuncio de su delicada disposición en esquemas policiales que carecen de policías, si excluimos de su ámbito al lector atento o algún personaje que hace sus veces. Por ello, los misterios que se resuelven en Conjeturas para una tarde no implican solo cuestiones de argumento sino de la naturaleza de las estrategias de composición empleadas en los cuentos. Semejante propuesta narrativa habla de una notable perspicacia en el manejo del relato y de una alta conciencia estética.

Como es natural en un primer libro, los textos expresan las preocupaciones del escritor que se inicia y las del hombre en su circunstancia específica. Se trata, por ello, de un testimonio de maduración, pero también de las potencias literarias adquiridas. Que estas se esgrimen con habilidad lo evidencia el notable despliegue de estrategias narrativas, de muy distinta índole, que se introducen en los once relatos de Conjeturas para una tarde (cambio de planos, montajes, escaladas de flashbacks y pluralidad de puntos de vista). Ello se debe a que, en su propuesta, los contactos gimnásticos con los recursos del lenguaje son el medio para acceder a la verdadera historia detrás ellos, que es la explicación tácita, pero no por eso menos cierta, de los motivos por los que los que el artista los invoca reiteradamente. El esclarecimiento de esta cuestión estética y vivencial es la singular y valiosa apuesta narrativa de Eduardo Varas, por sobre el inventario sentimental de los hitos más significativos del propio crecimiento artístico, que por lo general pueblan los índices del libro debut.

Lo anterior podría hacer pensar que el autor descuida la elaboración del mero asunto en su papel figurativo, pero la primera lectura del libro desmiente tal suposición por el perceptible interés que comportan las anécdotas en sí mismas. En el primer cuento, “El rey”, se especula sobre las consecuencias del oído absoluto en una persona común, de modestas inclinaciones musicales, que participa en las fiestas de su familia como una curiosidad. “Asalto” es el seguimiento, minuto a minuto, de un robo a un banco, con pulso de cámara en mano, por parte de un lector de Fuguet. “Prestigitaciones” focaliza la crónica de los recorridos de un estornudo y sus consecuencias en una oficina de burócratas. “Diálogo con Marcos Plaza” entrecruza dos secuencias paralelas, una en la que un escritor entrevista a Marcos Plaza en un food court posmoderno, y otra, muchos años antes, cuando a este le ocurre una desgracia en el añejo Estero Salado de Guayaquil. “Underground” es el monólogo fragmentado de un individuo que huye por la ciudad en compañía de su pareja, que es como su otro yo. En “Viaje en tren”, Manolo García suplanta al escritor excéntrico Peter Goldberg en una ceremonia de la Universidad de Cornel a cambio de dos mil dólares. “Conjeturas para una tarde”, por su parte, especula en clave lírica sobre el motivo de una cabeza sin cuerpo en medio del tráfico de una ciudad. “Mañana, después de todo” asedia al show del payaso don Amargado, antes aspirante a actor shakesperiano, desde la tensión entre la popularidad de un anciano acabado y la memoria tortuosa de la verdadera vocación juvenil. “Viaje de vuelta y tetotas” disecciona la mente de un joven escritor, lector de Bolaño, en su capacidad para la especulación sobre sus ocasionales compañeros en la sala de espera de un aeropuerto. “Vicente Riso, que se presentó en Catañel” es una fábula en clave coral sobre el papel de la poesía en la catarsis pública, que apela al escenario pueblerino y sus coqueteos con la industria del espectáculo. Finalmente, “Mamparas” es una cerrada experiencia perceptiva sobre todos las subjetividades que aliena la conciencia del moribundo (o que comparte desde su proximidad a una instante que las trasciende a todas) en un último minuto de su vida. Conociéndose las anécdotas, pues, resultan antes que pretextos para facilitar la apuesta estética de Varas, un conjunto de conflictos propicios para destacar la inmanencia del despliegue técnico para la representación de situaciones que problematizan la verosimilitud misma de un relato , si se le quiere siempre dentro de parámetros compositivos manidos.

Naturalmente, lo anterior puede inclinar a pensar que la dificultad reside en que las situaciones que los cuentos plantean nos remiten al ámbito de lo absurdo o de lo fantástico, y lo único que se requiere para una aprehensión más fiel de la anécdota no es un recomposición de las formas de representación en uso sino el arsenal de tópicos útiles para tales coordenadas (el punto de enunciación imposible, el cuestionamiento del espacio-tiempo burgués o la apelación a órdenes esotéricos que rigen de modo subterráneo la vida cotidiana). No obstante, aunque Varas puede optar muy bien por tal solución de carácter previsible, propone, en cambio, una de cuño personal y que conduce de modo coherente a un realismo problemático por disolvente, que se abre paso en y por la opción por el virtuosismo técnico. Por ello, Conjeturas para una tarde no se inscribe en el verosímil de lo fantástico, sino en uno que, multifocal y polisémico, delata el artificio de las composiciones más “naturales” de la mirada realista, mediante la proliferación de múltiples perspectivas y puntos de vista ostensiblemente exóticos. Se trata de una estrategia que desmonta el mecanismo de representación del realismo convencional, ya sea por un extrañamiento radical de la atmósfera del relato mimético (“Conjeturas para una tarde”, “Mamparas”), la pluralidad de voces en permanente contrapunto (“Diálogo con Marcos Plaza”, “Vicente Riso, que se presentó en Catañel”) o el inofensivo desplazamiento de rasgos propios del argumento a la forma literaria (el aparente relato fantástico canónico de “Viaje en tren”).

Quizá el mejor modo de explicar el método de Varas sea a través de la conducta del personaje autorreferencial recurrente en sus historias, el escritor-periodista con un ojo en sus lecturas, pero que a la vez distribuye una intencionalidad específica a cada detalle del mundo que lo rodea. Debido a ello, su entorno no es un inofensivo banco o una sencilla estación de buses sino un mecanismo multifacético de manifestaciones sutiles y divergentes. Así, no es casual que la más de las veces el mundo referido por las historias de Conjeturas para una tarde sea, para fines interpretativos, un meditado juego de imágenes especulares, en el que los personajes se contemplan y examinan en la potente lógica disociadora de sus propias miradas. Por lo mismo, también las más de las veces las estrategias narrativas (o los derroteros de los hombres, que son lo mismo) operan como relatos policiales, en los que los personajes (y el lector) se formulan, desde la complejidad de sus condiciones de enunciación, la pregunta obvia para su peculiar configuración o, que es lo mismo, su naturaleza no convencional: “¿Quién soy? o ¿Qué puedo ser?” (en “Underground”, esta interrogante es expresa). Naturalmente, la pregunta por la identidad de quien habla o de lo que se habla, obsesión central de Varas en Conjeturas para una tarde, se contesta en el despliegue de las variadas estrategias que ilustran la noción central y tácita del libro: que el yo es una composición altamente tecnificada en el ámbito del arte y dramáticamente condicionada por la pluralidad de perspectivas en la vida moderna. De este modo, resulta claro que el libro de Varas tiene por asunto, por sobre todas sus anécdotas, la peripecia del yo narrativo, que adquiere conciencia de sí y que lo hace desde una situación que por auténtica resulta ajena a la convención mimética en uso: se constituye en la dinámica de sus posibilidades difusas y superpuestas de una articulación identitaria consistente.

De lo anterior, se sigue la ironía que entraña la elección del título para un libro cuya contenido no es pasatiempo de una tarde, sino una colección de sutiles planes para leer la identidad de sus protagonistas y de sus sucesos bajo el modelo de un caleidoscopio. Es decir, las personas y los hechos del libro de Eduardo Varas son espejos que se miran unos a otros y cuyo funcionamiento desvela la complejidad del acto mismo de reflejar. Aunque los elementos de cada cuento aparenten una constitución disímil, por la procedencia de sus influencias más reconocibles (García Márquez en “Vicente Riso, que se presentó en Catañel”, o a Roberto Bolaño en la figura del trotamundista culto, presto a la acción, en una situación de encrucijada), conviene señalar que los muchos ámbitos divergentes, semánticos o técnicos, de estos se depuran con eficacia bajo la concepción estética que ha propuesto su autor. Este realismo difuso no es una apuesta exenta de la dificultad expresiva de lo manifiestamente idiosincrásico, o de los riesgos de la reducción al idiolecto, o de la inexactitud explicable del utopista que postula una lengua universal sin considerar cada paradoja de su gramática. No obstante, Conjeturas para una tarde consigue al final de cada cuento una voz cuya desnudez y extrañeza procede de la continua abstracción de las transitadas convenciones narrativas vigentes y eso es un lujo para cualquier libro bueno de nueva literatura.


Escrito por

Alexis Iparraguirre

Escritor y crítico literario


Publicado en

La vida en Marte

Opinión y crítica literaria