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El rey siempre está por encima del pueblo. Daniel Alarcón

Publicado: 2009-09-16

Luego de "El rey siempre está por encima del pueblo" de Daniel Alarcón (Lima: Planeta, 2009) es una mezquindad denominarlo la joven promesa de nuestras letras. Con seguridad Alarcón es una pluma experta de hecho y derecho como muchas de las que ocupan los libros de texto sobre nuestra literatura. Sus cuentos, sobre la vida en las barriadas del Perú o los marginales de un país tercermundista imaginado destilan humanidad, desconcierto generacional, precisión de director de cine en la sala de edición. No se pretenda vincularlo con otras recientes (repentinas) exploraciones premiadas sobre el fenómeno de la violencia política. En la actualidad sabemos más sobre la literatura norteamericana de inicios del siglo XXI y eso nos permite situar a Alarcón mejor en compañía de una generación de escritores latinos en Estados Unidos o de sus descendientes, que escriben en inglés y se permiten la mirada solidaria a sus inquietantes orígenes familiares desde la metrópoli.

En el cuento que da nombre al libro, que inicia la colección, Alarcón nos cuenta el afán de fuga, de buscavidas sin comedia ni tragedia, de un joven de provincia, tras la caída de un prolongado orden dictatorial. En “República y Grau”, asistimos a la escena del ciego mendicante y su pequeño lazarillo de alquiler en una céntrica encrucijada de Lima. “Los Miles” es, antes que cuento, una viñeta que sintetiza, desde una voz plural anónima, la gesta fundacional de un pujante sector de la ciudad conformado por migrantes obreros y gente sin tierra que se ganan la ciudadanía a pulso. “El puente”, el cuento más largo y donde mejor se exhibe el sentido técnico del autor para la vuelta de tuerca, se cuenta desde el punto de vista de un joven abogado mediocremente feliz, cuyo padre, Vladimiro, es un psicópata internado en un manicomio, abogado también y asesino; en este trance, el joven se la ve de pronto con la miserable herencia de una pareja de tíos ciegos, muertos al caer de un puente peatonal, desmantelado sin aviso. “El presidente idiota” es el recuerdo de una gira memorable de un joven actor con dos compañeros de troupe por las sierras andinas, representando una comedia del absurdo en tiempos confusos por el soroche y las medias verdades. “El vibrador” es una anécdota sobre el final de la relación de unos jóvenes y el papel que un falo sintético juega en ello. Finalmente, “El presidente Lincoln ha muerto” y “Los sueños inútiles”, que resultan los textos menos interesantes del conjunto, son distintas maneras de defenestrar la solemnidad atávica de la figura presidencial. En el primero un homosexual que vagabundea por el sur de los Estados Unidos, trabajador temporero sin entusiasmo, recuerda su relación sentimental con el asesinado presidente en circunstancias en las que se hunde el idilio con su actual amante. En el otro, existe una Segunda Guerra Civil en los Estados Unidos, dirigido por un presidente idiota en el que no es difícil reconocer a George W. Bush, un líder cuya pierna, amputada tras un accidente, merece un anecdotario onírico, semejante al de una pesadillesca película de David Lynch.

Contra lo que pueda pensarse inicialmente por esta apretada síntesis de contenido, los temas de la dictadura y la política no resultan medulares en el libro, aunque siempre estén presentes, como una atmósfera de descontento que malogra el humor. En cambio, la incapacidad de sus jóvenes protagonistas, pobre o ricos, latinoamericanos en sus países o en la migración, para exponer sus sentimientos constituye una obsesión mayor: Alarcón vuelve siempre al perfil de personajes atrapados entre una ironía contenida o, con mayor sutileza, en un humor pasivo agresivo sin vías de solución, actitudes que se ejercen casi de inmediato sobre el núcleo familiar y a la incapacidad de este para procesar sus conflictos. Para Alarcón, la familia es una institución desgastada que insiste en representar la comedia de la normalidad, cuyos integrantes no discuten abiertamente y que se convierte en una paulatina realidad opresiva (como en “El puente”) o a la que se renuncia (como “El rey siempre está por encima del pueblo”). Del mismo modo que Dostoievski, autor de cabecera de Alarcón, en sus cuentos las vidas de las familias se engarzan con anécdotas trágicas o tragicómicas de la vida real (la caída de la pareja de ciegos por un puente desmantelado de “El puente” ocurrió en efecto y constituyó titular de la prensa limeña). Pero, por el silencioso y desganado acumulamiento del temperamento fatal, estas desventuras resultan una pieza más de un declive sordo e inevitable. Las tragedias en los cuentos de “El rey siempre está por encima del pueblo” solo son clímax de tendencias en picada que Alarcón se dedica a escamotear hasta que resultan sensibles y lógicas ante nuestros ojos.

No es extraño que tal preocupación por el núcleo familiar sea compartida por otros escritores de la migración latina en Estados Unidos. Junot Díaz, ganador del Premio Pullitzer 2008, se dedica a ella en su libro de cuentos “Los boys”, relatos de la interacción entre la familia y el barrio, y en “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”, magistral saga familiar dominico-americana, que, sin abandonar el espacio de la historia doméstica, nos remite hasta las crueldades del dictador Rafael Leonidas Trujillo. Como Díaz, Alarcón comparte el contexto familiar latinoamericano, notoriamente más protector o aprehensivo, como se prefiera, que el norteamericano, y sus razones y fundamentos y, por sobre todo, su supervivencia resultan, por el momento, temas que no se cansa de diseccionar en sorprendentes simulacros de la vida misma. Por ello, la lectura de la obra de Alarcón no puede obvar su pertenencia a una geneación de escritores que cumplen el dificil pero fructífero rol de bisagra intelectual entre la cultura nativa y la cultura del país adoptivo, y que descubren en los modos de ser de su tierra de origen una forma de seña distintiva o de profunda justificación.


Escrito por

Alexis Iparraguirre

Escritor y crítico literario


Publicado en

La vida en Marte

Opinión y crítica literaria